Era mujer y de una forma demoledora y absoluta, ella lo sabía.
No quería pensar demasiado en ello, pero como sucede con aquellas cosas, mientras más intentaba no pensarlo, más estaba allí y aún más evidente era.
Ella había estado en ese lugar y no sólo sabía lo que se sentía, sino que sabía como era él. De alguna extraña forma, y pese a no reconocerlo más, una pequeña parte sí que lo conocía. Y sabía exactamente cada puto paso, conocía cada pequeña palabra dicha, cada silencio...cada acción.
Lo sabía. Y no es que él tratara de ocultarlo, simplemente no le hablaba de ello, y le parecía perfecto. Simplemente, tampoco era sincero. Y no lo había sido en un principio. Mejor dicho, no lo había sido en el final. Que le llevaría a ella a pensar que luego de ello lo fuera?
Era increíble hasta para ella la pasmosa tranquilidad que estaba teniendo para con sus conversaciones. La facilidad con las que discurrían las palabras alegres que ni una célula de su cuerpo parecía poder asimilar.
Porque no, no era feliz. Porque esa sonrisa no le llegaba a los ojos. Porque casa risa era una mentira. Y ya no le importaba no ser sincera. Con sinceridad nada había conseguido. Al menos a si misma no se mentía.
No lo haría.
Pero tampoco disfrutaba las lágrimas. Aún a sabiendas de que había muchas, muchas más por llegar.
Le dolía.
Y le dolían mucho más las mentiras que no podría aunque quisiera echarle en cara. Le dolía todo lo atravesado y atorado en el pecho. Por Dios! Dolía!
Le dolía la cobardía de no querer escuchar respuestas y le dolía siquiera pensar en tener razón. Daba tanto dolor tener dudas como poder averiguar las respuestas.
Y se sentía tan estúpida porque ella no parecía siquiera intentar lograr lo que él había conseguido en tan poco.
Y por Morgana y Circe benditas que podía jurar que lo intentaba!
Aún así su cuerpo se resistía a la tentación de otros, sus ojos no parecían querer posarse en imágenes de hoy día y volvían una y otra vez a los recuerdos. Su mente se torturaba y su corazón...él no parecía que pudiera dejar de llorar pronto. Y ella tampoco.
No es que lamentara los pedazos rotos. Simplemente anhelaba su hogar. Porque se sentía sola y perdida.
Y esa extraña sensación en la columna de que no se equivocaba, esa sensación tan femenina e indescriptible, no sólo no la abandonaba. Sino que lograba hacerla sentir aún peor.
Sobretodo porque ese regustito amargo en la boca le recordaba que era casi imposible que estuviera equivocada.
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