El fuego ardía abrazador. La consumía por dentro. Miles, millares de agujas cruzaban su carne. Agujas. Cuchillos.
Vidrios rotos.
Tachuelas.
Hierro.
Fierro.
Objetos corto/punzantes a diestra y siniestra.
Entraban y salían, desgarrando una y otra vez la carne deshecha a su paso. Una y otra vez.
Y por si acaso no cabiera más dolor...los gritos desgarradores en sus tímpanos. Una voz tan agónica, tan...suplicante...tan aguda, que casi no parecía suya. Al menos...no podía reconocerla por si misma.
Sin embargo, sabía que sus labios estaban sellados, que su torturada e irreconocible voz, no había cruzado siquiera su garganta.
Sus ojos, increíblemente, no se habían movido de los marrones que la atormentaban. A pesar del dolor...de las miles y millones de aplanadoras que aplastaban cada rincón de su cuerpo mutilado, quemado.
Los huesos rotos, increíblemente sanos. La piel arrancada de cuajo, recubriendo al completo sus destrozados músculos, que sin embargo no habían recibido un sólo golpe.
Algún rinconcito de su mente recordaba que nada de ello era real. Pero se sentía tan real. Debía de serlo...al menos, en alguna forma.
Pero por otro lado, al mantener sus ojos fijos, inmóviles, sabía que no importaba si era real o no. Si sus órganos estallaban realmente y sus vísceras se esparcían por allí. Seguiría todo siendo igual.
Al fin y al cabo, una sola palabra pronunciada por un par de labios y el frío aterrador de esos ojos marrón profundo, era suficiente.
Era incluso peor que un billón de crucios.
~*
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