miércoles, 2 de abril de 2014

Avada Kedavra!!

Todo había terminado. Todo. Ya.
Veía su mano extendida, impoluta, increíblemente blanca y limpia.
Por el contrario ella sabía que no era así. Que esa piel suave y fría debería sentirse cálida de sangre, húmeda y viscosa.
Que sus impecables uñas deberían verse asquerosas y llenas de pútrida carne. Pues a pesar de que no podía verse más que un par de saltaduras en su esmaltado llamativo, ella sabía que era una falsa ilusión. Que en sus manos llevaba la muerte misma. Que jamás hubiese tocado un sólo cabello suyo, no significaba que estaba realmente limpia.
Su conciencia lloraba en silencio. Debía reconocer que atrás de sus ojos sentía una especie de escozor, pero por algún extraño motivo, no había lágrimas para llorar.
Al menos ya no...
El tiempo de lágrimas había pasado. El momento de autocompasión, las lágrimas, el dolor...la agonía. Todo, todo había pasado. Ya no estaba.
Iba a sufrir ella su muerte? No, por supuesto que no. Ella quería vivir con su muerte, con ese pinchazo en el costado, con eso que le recordaría día a día cuánto lo había amado y cuánto le dolió haberlo perdido.
Con un firme movimiento de su mano había matado hasta el último de sus recuerdos y había enterrado los restos en el rincón más hondo de su subconsciente. Sabía que allí no iba a perderlo. Sabía que ya lo había perdido.
Lo había matado con uñas y dientes, destrozándolo, desgarrando...y a su vez, podía concebirlo tan vivo y tan lejos como siempre.
Ella estaba limpia. Él estaba vivo y muerto.
Ella veía todo verde, borroso.
Deshacerse de él fue casi tan doloroso y tan sencillo como lanzar un Avada Kedavra.







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