sábado, 7 de diciembre de 2013

Felices serán el día que pise en firme

Promesas vacías. Inútiles. Cómo podía prometer estar bien cuando se sentía morir?
Cuándo lo único que le quedaba para mantenerse en firme era una sonrisa y un "si" sentido a medias? Cuándo lo que más necesitaba en ese instante era el refugio de la nada y liberar la presión de las lágrimas en sus ojos? Cómo?
En cuanto sintió la soledad empezó a llorar compulsivamente. Era un llanto desgarrador y desesperado que había intentado contener desde bien temprana la mañana. Era un llanto redoblado por el reproche de haber sucumbido a la pena y haber llorado frente a sus ojos. Porque esos ojos no tenían que ver ese estado. Porque lo único que se gana es pena.
La herida era grande, y el dolor superándole con creces. Sentía dolor, temor, desasosiego. La angustia de sentirse incapaz e inservible. Inútil.
La ausencia y el vacío, minutos antes apenas mitigados por la compañía, se hicieron insoportables.
Todavía se cuestionaba una y otra vez por qué no terminaba en pedazos. Sabía que era ilógico, que era físicamente imposible. Pero sentía morirse...morirse en pedazos. Pedazos que caían uno a uno.
Sentía cada vez más peso en su espalda, como una mochila cargada a tope, de problemas que no se sentía capaz de resolver. Le pesaban cada segundo más una decisión que no podía tomar, la que quería tomar y no se animaba, y esa decisión que aceptaba a falta de coraje.
Perdió la noción del tiempo, pero no del dolor. Y sin ningún tipo de pudor por medio, siguió su camino, levantándose poco a poco, con las lágrimas rebeldes y ardientes bajando por las mejillas. No le importaban en absoluto sus ojos hinchados o la cara de quienes mirasen en su dirección. La pena era muy grande.
Pero debía poner su mejor sonrisa, aunque el mundo se le cayera a los pies. Debía morderse la lengua y acatar lo que había ayudado a aceptar. 
Aunque doliera.
Aunque odiase todas y cada una de sus consecuencias.
Aunque probablemente, la mejor solución a su estúpido y atroz dolor de cabeza sería rompérsela contra el pavimento.
Porque aunque quisiera, desde ese instante no pudo parar de llorar.
Porque extrañaba. Porque amaba. Porque se odiaba. Porque temía. Porque la soledad era desgarradora. Porque estaba entre la espada y la pared. Porque se sentía la criatura más incapaz del planeta. 
No tenía una puta solución. A su dolor. Al ajeno.
Por las dudas que le acosaban. Había siquiera un dolor ajeno?

Con el rumbo fijo, pero la mente perdida, con las dudas acosándole. Con todo.
Se abandonó al olvido.





~* 

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