miércoles, 4 de diciembre de 2013

L'e esprit d'une femme abandonné

Lívida. Así se sentía ella. Casi no podía reconocerse en el espejo, y mientras más moradas se ponían sus ojeras, menos ella quería mirarse.
Dormir...estaba cansada, ella misma podía reconocérselo. Pero simplemente, no podía. Mantenía los ojos abiertos cada noche, simulando dormir, tendida en su cama. Ya ni revolvía las sábanas, en la quietud de sus horrorosas noches.
Tampoco recordaba que llevaba puesto...con esa nueva manía suya de ni verse al espejo.
Ni hablar de la comida...cuándo había sido la última vez que había probado algo sólido? Pero ya no sentía hambre, no sentía siquiera su estómago.
Así y todo, no lograba sentirse liviana, pero si ingrávida. Una tonta ironía que de vez en cuando lograba hacerle asomar un atisbo de sonrisa; como si las comisuras de sus labios hubieran olvidado como sonreír.
Recorría las calles, absorta en la nada misma, recorriendo los caminos con una mano arrastrándose por la pared. Sostenía la tonta creencia de que si se soltaba, se perdería. Saldría flotando. Terminaría de desaparecer.
De vez en cuando miraba sus manos, y se asustaba; las veía ajenas. Blancas, muy blancas. Las uñas desprovistas de color. De forma.
Y entonces, cuando se percataba que era ella misma, volvía a posar sus ojos apagados en la nada.
Era tan gracioso que ya no se sintiera ni a su propio tacto. El sol ya no calentaba su cuerpo, no sentía el suelo en sus pies. Hasta el viento la ignoraba.
De pronto, se dio cuenta, como todos los ruidos de la calle, antes acallados por su mente, se volvían ajenos. Como si realmente no los oyera. Como si el trino de las aves estuviera lejos, muy lejos.
Y fue ahí que notó a la gente, caminando a su lado, casi a través de ella, sin siquiera mirarla.
No encontraba su rostro, pero simplemente, sabía que giraba mirando lado a lado.
Allí, en su desconcierto, vio. Vio lo que no quería ver, pero a su vez anhelaba. Y como el resto de la gente, pasó a su lado sin siquiera notarla allí.
Asustada intentó tocarse y no pudo. Se sintió crispada, y sintió muy débilmente que donde debería estar su corazón algo latía errático.
Pero no había corazón. No había nada.
En un suspiro, lento, profundo, fue calmando su ser. O lo que de ello quedaba.
Y al comprender su destino, su sino, y todo aquello que en rededor sucedía, sin más, se desvaneció.



~*

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